…Y pasado mañana Viernes de Dolores.
La semana que viene oiremos
crujir la madera de nuestros tronos, como hiere el aire, la aguda nota de una
corneta, que tras mantenerse por un segundo suspendida, se deja caer
plácidamente sobre el redoblar eterno de los tambores, pero hoy los sonidos son
otros, el del arca que se abre dejando a la vista el “morao” de nuestras
túnicas, al tiempo que invade la habitación un intenso olor a naftalina, que
sin embargo nos huele a incienso y cera derretida, a azahar y a lilium, se escucha también el traqueteo de
la máquina de coser rematando el bajo de la capa o el vivo de algún capillo, el
suave y casi imperceptible deslizarse de la brocha que repinta una cruz para
los encuentros, llegará el viernes y las plegarias del Vía Crucis uniéndose al
eco de estos sonidos, nos llevarán al pórtico sonoro de la Semana Grande, el
pregón que cada Domingo de Ramos, que nos cita una vez más con la Pasión de nuestros
padres, de la que somos herederos y custodios, beneficiarios a la vez que transmisores
para las siguientes generaciones.
Quiero oír de nuevo la alegría
de las costumbres del Miércoles Santo, la carraca en la tarde del Jueves Santo como
preludio de la primera de nuestras procesiones, escuchar Nuestro Padre Jesús de
Cebrián avisando a las estrellas de que Cristo está en la calle, quiero verle la cara de frente a nuestra Esperanza,
saliendo de su casa de hermandad para bendecir nuestras calles, quiero oír el
silencio de la oración frente al Santísimo en nuestra madrugada, para seguir
oyendo ese mismo silencio, más tarde, bajando por la calle empedrada, mientras
Jesús anda sobre los hombros de sus hermanos y su pelo es mecido por un viento
que envía el Padre, para hacerle más llevadero el peso del madero.
Quiero oír el trino de zorzales
y jilgueros en la mañana del Viernes Santo, mientras visito los monumentos de
templo en templo, la oración de las clarisas, el murmullo inquieto de los niños
que en la puerta de la parroquia rivalizan por cual es la hermandad que mejor
lo ha hecho, cuando aún no ha salido el Santo entierro, quiero oír el himno
nacional, que mi patria chica ofrece a Cristo muerto, cuando al atardecer un
año más, vuelva a mostrarse acompañado por su Madre, Señora de la Soledad,
Dolorosa sin consuelo, más Esperanza que renace, en Sábado de Gloria nuevo, que
año tras año se abre entre olores de tomillo y renuevos de romero, el “azahar”
de nuestra tierra, entre la sierra y la vega, justo en medio…
…Quiero simplemente, volver a oír
crujir la madera de la puerta de la casa de mi madre, al salir de ella vestido
de penitente para acompañar a mi Cristo, por las calles de mi pueblo.
Florencio Palomino Vallejo.
Semana Santa 2012.