Esta tardía Semana Santa 2011 trae de nuevo consigo sensaciones que para un hermano nazareno y penitente de cualquier hermandad son inequívocas de la Semana Grande que va a vivir.
El sol casi ha comenzado a esconderse y las puertas de la iglesia se abren un Jueves Santo más para revivir ante los ojos de todo un pueblo la Pasón, Muerte y Resurrección de Jesús. Los pasos salen de nuevo a la calle, guiados por los capataces, portados por los costaleros y costaleras, acompañados por las saetas y mantillas, enmarcados por las bandas de musica y el silencio. Y todo respeto y solemnidad, con un toque amargo de dulzura y esperanza, quizás porque el pueblo conoce de antemano el final feliz de la historia de la pasión que se plasma en las cofradías, en la que acaba triunfando “El bueno, el Hijo de Dios”. La gente, como en todo, busca remedios con los que aplacar el sufrimiento previo a la recompensa. Es por ello que todos los preparativos necesarios para vivir la Semana más importante para un cristiano, y también así los actos y procesiones en los que participar, se viven con el mayor sentimiento y devoción por aquellos que han llevado la Semana Santa dentro durante toda su vida.
Este es el caso de Beni, una mujer que es Nazarena desde que nació y que siendo jovencita no podía vestir la túnica morada porque según nos cuenta, “ese era un derecho que solo tenían los hombres de la Hermandad”. Tuvieron que pasar algunos años hasta que pudo vestirse de penitente, ya con 19 años, acompañando a Jesús Nazareno, que según me cuenta, ha sido una luz de guía para ella y su familia desde siempre, sobre todo para su madre, quien profesaba una gran devoción a “nuestra “imagen que partía del gran amor y la fe al Cristo muerto en la Cruz. Su padre, también hermano “morao” desde hace mucho tiempo, fue uno de los encargados en colocar las andas a Jesús la primera vez que salió a la calle llevado por sus costaleros, nunca fue él uno de ellos, pero siempre lo ha mirado orgulloso a su paso en procesión por haber participado en aquél día histórico en nuestra Hermandad.
Beni sufre una enfermedad desde pequeña que le provoca un dolor físico y en ocasiones psíquicos por el que ha sido intervenida en numerosas ocasiones, y al hablar con ella, al escucharla, al verla emocionada hablando de la gran fuerza que le ha dado Jesús a lo largo de toda su vida, sólo puede albergarme un sentimiento, estoy orgullosa de poder decir que soy hermana suya, hermana de Hermandad.
Porque yo siento lo mismo cuando llevo a Jesús al hombro, lo mismo que ella al verlo pasar. Y cuando voy debajo de mi trono, una nazarena como yo me mira, me acompaña y me siente desde la fila, por un momento somos una única persona, el vello se nos pone de punta al mismo tiempo y entonces cuando quizás, ella es quien lleva mi peso, y así yo me alivio un instante para seguir la carrera dignamente.
Desde el sentimiento de la fe que la alberga, Beni sabe que cada uno lleva sus tristezas y alegrías de una u otra forma, cada uno siente lo que le ha tocado vivir y recorre su camino de la vida según elige, pero para ella, como para tantos otros que pertenecemos a la gran familia de Cristo, la fe da esperanza y pone luz en los rincones más oscuros, por eso, aunque lleva unos años sin ceñirse el cíngulo que lo hará, para acompañarlo desde el silencio, desde el caminar pausado, desde la mirada través del capillo, desde la fila, iluminando con su farol el paso de su Nazareno en procesión.
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