Y pasado mañana Viernes de Dolores…
Cierro por un instante los ojos, y al compás
de “La Madrugá”, que es la marcha que suena en estos instantes mientras
comienzo a escribir estas líneas, me siento trasladado al interior de nuestro
Templo Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, instantes antes de que el
capataz de la orden de alzar y retirar los banquillos.
Han transcurrido ya muchos años desde que una
dolencia, me hiciera abandonar mi puesto en el trono de Nuestro Padre Jesús, y
aún mas desde que lo hacía en compañía de quien hoy ya lo contempla desde ese
cielo que estas noches nos está recordando que es Él quien decide si salimos o
no. Han pasado ya muchas primaveras desde que su mano se posaba en mi hombro
cuando recorríamos las viejas calles de nuestro pueblo portando a Jesús junto
al resto de sus hermanos.
Primaveras de Gloria en las que la puerta era
estrecha y la calle se hacía pequeña cuando salíamos en tropel la familia
entera a procesionar la tarde del Jueves Santo, con la impaciencia propia de un
largo año de espera.
Primaveras de sillas repletas de túnicas,
capas y capillos, de faroles y cruces apoyados en la cómoda y de un mar de cíngulos, guantes, rosarios y
escudos, inundando la mesa del “comedor bueno”… Mamá este no es mi capirote, ya me lo ha quitado mi hermano, Queréis
estaos quietos, de uno en uno, solo puedo vestiros de uno en uno. No se te
olvide el mechero, ten cuidado de tu
hermana hasta que se quede en la carroza del Niño de la Bola. Y después de
habernos vestido, con igual cuidado y esmero que lo haría con Nuestro
Titulares, nos despedía con un beso… Que no se carga igual si antes a uno no lo
ha besado su madre al salir de casa.
Primaveras Pascuales de comidas y cenas concurridas,
donde nunca comíamos solo los de la familia, en su estricto término de consanguinidad,
siempre nos acompañaba esa otra familia que Gracias a Dios, se ha ido
conformando a lo largo de los años a nuestro alrededor.
Primaveras en las que la persona más
importante de mi vida, comenzó a procesionar con nosotros, para más tarde,
regalarme esa “morá” que hoy cuando pasa el día de Reyes, me pide que cambie los villancicos por
marchas cofradieras en el cargador de cd’s del coche, “porque ya casi estamos
en Cuaresma”.
Primaveras de Pasión infinita y cera
derretida en nuestros faroles, como se derriten los años transcurridos, pero no
en vano, porque al igual que la cera deja su huella al fundirse al calor de la
llama, las vivencias del Triduo Pascual, han ido moldeando recuerdos e
imborrables anécdotas, de los que dejan huella indeleble en el alma de una
familia cofrade.
Primaveras que en resumen, hilan la vida de
esta familia nazarena, que aspira a gozar con de la Resurrección de Nuestro
Señor, viviendo intensamente Nuestra Semana Santa, la Semana Santa de todos los
villarrubieros que se echan a la calle
cuando llega el Jueves Santo.
Primaveras eternas de ¡Pasión y Muerte! ¡Resurrección y Gloria!
Florencio Palomino Vallejo.
Alcalá de Henares, a 20 de marzo de 2013.
1 comentario:
Todos estos recuerdos retumban en mi cabeza , como si fuera hoy, la unica pena es que esa situación nunca se repetira... pero estoy orgullosa de haberlo vivido y eso nadie me lo puede quitar.... Recuerdo también el recuento papeletas de hermanos para que el "antiguo secretario" dijera a sus directivos cuantos hermanos llevabamos en las filas, y sentir el orgullo de ser moraoo.
Pero lo mas bonito de toda esta historia es que, gracias a Dios,ya existen nuevas infantas empujando fuerte y me hacen volver a revivir esos momentos......
Publicar un comentario